Cuando el quehacer de las duras jornadas laborales del campo decaía, al finalizar la época del verano, y las buenas gentes disponían de más tiempo para el sano ocio del deber cumplido, los vecinos del pueblo se reunían por barrios en torno a unas hogueras llamadas “Luminarias”.

Los más jóvenes, casi niños, eran los encargados de abastecer las hogueras, a base de acarrear durante la jornada todo aquello susceptible de ser arrojado al fuego. La labor no era tan sencilla porque, cada barrio, literalmente, competía por tener la mejor y más animada luminaria, lo que significaba que durante el día otros barrios podían arrebatarte lo acarreado para el fuego, algo que comportaba una audaz lucha de supervivencia, donde había que espabilarse de veras, aunque a la larga entre otras cosas ha supuesto para los vecinos poder prescindir del psicólogo al enfrentarse a la dura vida cotidiana.

Aunque de origen desconocido, era un referente de nuestros ancestros. Al chisporretear de la luminaria, los jóvenes saltaban gozosos por encima de las llamas, los más mozos y fuertes aun cuando ésta ardía en toda su intensidad. Si las llamas estaban muy vivas, era obvio que uno notaba un ligero olor a chamuscado.

Esta quema natural de adrenalina generaba una emoción altísima, sobre todo en los más peques, tratando de emular a los mayores. Los accidentes eran poco frecuentes, aunque en ocasiones uno acababa literalmente con los huesos en la lumbre, consecuencia de fallar al saltar, o lo que era peor, chocar en pleno salto con otro que lo hacía en sentido opuesto.

Aprovechando la luz y el calorcillo generado por la lumbre, la chiquillería jugaba al bote-botillo, al escondite o cualquier otro juego que aportaba mucha emoción y ningún gasto.

Mientras, los mayores sostenían las más diversas conversaciones. Allí los más ancianos hacían sentir el peso de su autoridad moral para emitir juicios. Como la guerra civil estaba presente en la memoria de muchos por haberla vivido de cerca, o sufrido sus consecuencias, se oían relatos que apabullaban el ánimo.

Cuando las llamas pedían ser realimentadas, o en su defecto amenazaban con extinguirse, era la hora adecuada para que todos los vecinos se recogieran en sus casas a fin de descansar para esperar otra feliz jornada.

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